martes, 9 de noviembre de 2010

EL MUCHACHO QUE SOLO PODÍA DECIR LA VERDAD

Tener la oportunidad de conocer y enseñar a Carlos ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida, y por ella le doy gracias.
MARÍA ÁNGELES ORTS LLOPIS
Fue hace dos años que lo conocí por primera vez, cuando él cursaba tercero de Traducción. A mí me resultaba familiar, me parecía haberlo visto ya por los pasillos: fortachón, no muy alto, con carita de niño y facha un poco grunge. Andaba siempre hablando solo; pero en una Facultad como la mía, tan heterogénea, no es extraño ver cosas de todos los colores, y que un tipo vaya platicando para sí no es lo más extraño que se pueda una encontrar. El verdadero shock lo recibí en clase, el primer día de ese curso, que me lo encontré sentado en primera fila. Durante el tiempo que disponía para presentar la asignatura, ese muchacho –que al parecer, iba a ser mi alumno– no sólo me corrigió dos veces, si no que, al cabo, me espetó que aligerase, que me estaba repitiendo. Aquello me descolocó un poco, pero también me hizo gracia, porque es verdad que a ratos me ando mucho por las ramas, y porque no pasa todos los días que un alumno salga de su habitual timidez, o sopor, y se empitone con una profe. Así que me limité a sonreír, a hacer un ambiguo gesto de disculpa, y a seguir con lo mío. Al terminar la clase, alguien me explicó la condición de Carlos: el muchacho tenía un Asperger. Un cortés y escueto email de sus padres me exponía, esa misma tarde, las peculiaridades del síndrome en cuestión: "psicopatía autística", "comportamientos sociales inadecuados", "intereses objetivos de naturaleza idiosincrática". A mí aquello me sonaba a chino, y no podía ni imaginar lo que llegaría a suponer para mis clases, durante casi dos años. Lo cierto es que –poco a poco– Carlos se hizo para mí una incógnita, y, luego, se tornó en un desafío. Pese a que era educadísimo y constituía un alucinante y descontrolado manantial de datos, el chico atentaba contra todo lo que yo despliego en el aula: no toleraba la proximidad física, se confundía profundamente con mis bromas y le resbalaban mis comentarios irónicos en clase. Mi primera suposición fue que Carlos nunca podría traducir, pues la traducción es una búsqueda de equivalencia entre órdenes culturales y comunicativos distintos, y está llena de símbolos, cargada de matices: tarea imposible para alguien que no puede captar los dobles sentidos. Y la estatura intelectual del muchacho era grande, averigüé, pero su capacidad de perder el foco era aún mayor. Y así fue que la presencia de Carlos en mis clases se convirtió en una prueba ácida para mi capacidad didáctica, y en una fuerza paradójica y extrañamente liberadora: un Pepito Grillo que me recordaba todo el tiempo que no me podía equivocar sin que se notase, o repetirme sin aburrir. Pero lo que nunca calibré es que, tras la persona de Carlos, había mucho más que un síndrome con nombre austríaco: no había contado con el poder del cariño, con el caudal bienhechor de la generosidad y de la compasión humana. Sentimientos inspirados por él, sin duda, pero aupados, necesariamente, por el colectivo humano de sus compañeros: los ángeles benévolos de todo su proceso de aprendizaje. Y contra toda expectativa, Carlos no sólo llegó a traducir perfectamente, prodigiosamente, casi sin ayuda del diccionario y sin hacer un solo tachón. También llegó a conocerme muy bien, apuntándome socarronamente con el dedo cuando descubría un chiste o una ironía de los míos; dejándome, muy sutilmente, que me aproximara física y emocionalmente a él. Y siendo como él es –ese caudal arrollador de verdad y autenticidad, de lucha contra los elementos? nos transmitió a todos, en ese tránsito, la fe para proseguir con nuestro trabajo, para perseguir la excelencia, para crecernos frente a los obstáculos. Tener la oportunidad de conocer y enseñar a Carlos ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida, y por ella le doy gracias. Porque él fue quien me dio la oportunidad de saber algo más sobre mí misma, de conocer –como nunca había conocido antes? la dimensión de mi trabajo como herramienta de superación personal, de energía transformadora, de descubrimiento de la verdad más verdadera: la de la grandeza humana.

3 comentarios:

  1. Que escrito tan lindo, a veces no sabemos ver que estos niños pueden enseñar a los demás más de lo que nosotros les podemos enseñar a ellos.

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  2. Me ha encantado tu escrito. Soy madre de un niño con SA y leer cosas como la tuya me llena de esperanza y alivia mi fuerte miedo e incertidumbre por el futuro de mi hijo. Gracias.

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  3. ¡HOLA!!!
    SOY LUCIA DE LUCA,
    SOY ITALIANA Y PIENSO LO MISMO DE LA PERSONA QUE HA ESCRITO EL TEXTO.YO TAMBIÉN HE ACTUADO ASI EN MI ESPERIENCIA EN LA ENSEÑANCIA...PERO COMO PERADOGIA TENGO UN NIÑO CON TRASTORNO DE ASPERGER Y EN ESPAÑA HE ENCONTRADO MUCHAS DIFICULTADES CON EL TIPO DE SISTEMA DE LA ENSEÑANCIA EN ESPAÑA.QUIERO DAR ESTE DOCUMENTO A LA PROFESORA DE MI HIJO.

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